lunes, 11 de julio de 2011

Rey de sueños

Rey de Sueños - Rey de Duendes
Para todos aquell@s que aún atesoran fantasía en su corazón.


Rodeado por su corte de aduladores, el anciano desgranaba días de tedio y hastío. Rey desde niño, vivió una existencia abrumada por el peso de una corona de oro que se escurría sobre sus sienes. No hubo juegos ni juguetes; no tuvo cuentos, ni historias de abuelos.
Esclavo del protocolo y la solemnidad, aprendió a correr libre por sueños poblados de hadas, duendes, princesas y sapos; héroes y villanos de fantasías. Voló en su niñez de Peter Pan y Campanita. Se hizo amigo de un genio maravilloso y navegó los siete mares de piratas. Disparó sus cañones frente a barcos fantasmas y besó labios dormidos desde siempre.
Solo en su mente y en su corazón encontró calor para vivir. En sus sueños, tuvo la esperanza de viajar a esos mundos de color y de magia. Sin dudarlo, hubiera desechado los años de reinado a cambio de despegar sus pies en un vuelo de estrellas; pero la cruel y fría realidad del castillo lo sujetó con la más pesada cadena: la de la tristeza.
Una noche el viejo rey subió los peldaños de piedra rumbo su torre preferida, aquella en la que se permitía desatar sus ilusiones. Cansado, desgastado su corazón de fantasía, decidió emprender un último vuelo: el que lo llevara lejos de esa realidad, para regresar a la infancia que nunca tuvo.
Escalón tras escalón se desprendió de joyas y corona; de su pesada capa roja y de sus finas ropas doradas. La puerta de la torre lo recibió y lo presentó al frío de la luna llena. Lo invitó a salir, a dar los tres pasos que lo separaban del abismo. El sibilante viento lo tomó de las manos, acompañando a ese rey soñador a que despegara hacia sus sueños.
En ese momento plateado de luna, un cálido y fugaz resplandor detuvo el tiempo. Y no hubo viento ni frío. El viejo rey se encontró frente a otro rey de historias fantásticas y de magia: un Rey de Duendes.
–Este no es tu tiempo, ni tu lugar –dijo el Rey de Duendes–. Por lo tanto, te doy un pasaporte a mi mundo de fantasías. Llegarás sin corona ni trono y vivirás como el más feliz de sus habitantes, porque solo serás lo que tu imaginación desee.
Y el rey de sueños volvió a ser niño. Voló (pero de veras) en polvos de estrellas. Se sumergió en las profundidades de los cantos de las sirenas. Cruzó a través de mil espejos y de mundos del revés y fue un sapo encantado saltando entre las flores de los pantanos.
También, como suele ocurrir en estos cuentos, encontró a la princesa que lo besó y lo amó para siempre. Y jamás (nunca jamás), se alejó de la calidez de su eterno amigo, el Rey de Duendes.

¡Nos leemos!

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4 comentarios:

  1. Yo aún pido algunas noche escuchar un cuento para dormirme. Estoy segura de haber visto este Principe Duende en un bosque.

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  2. Los cuentos suelen endulzarnos el alma antes de entregarnos al sueño.
    En cuanto a los duendes, supongo que se les aparecen a aquellos que llevan uno en su corazón.
    ¡Gracias por leerme!

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  3. Me gusta tu blog, me encanto tu cuento.Solía leerles cuentos a mis hijos cuando eran niños, pero ahora ya no loson.Sin embargo te aseguro, que los duendes por las noches no me dejan dormir haciendo ruidos de toda clase. Por eso duermo con la luz prendida, por que ellos solo se atreven en la oscuridad, para no ser descubiertos

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  4. Gracias Mary :=)
    Desde que empecé hace 2 años a escribir El vuelo del ranoraky, descubrí que son muchos más de lo que parecen los que creen y se sienten cercanos a los duendes...

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