viernes, 19 de agosto de 2011

¿Qué pasará con nosotros?

¿Qué pasará con nosotros? - Cuento de Sergio Cossa.
Lo primero y necesario es presentarme, para que su imaginación no comience a volar en el intento de descubrir quién le habla. Soy un libro y llevo sesenta años en esta biblioteca. Uno de los más viejos por acá.
Finalizado el debate entre los que compartimos este mueble, me eligieron como interlocutor en consideración de mi edad y de mi género: hablo de historia. Y entre todos queremos contarle la nuestra.
Es mi deber ubicarlo en el espacio: somos unos doscientos en la pared de la casa de Ernesto. Hay varios estantes y yo los miro desde arriba, aunque no siempre estuve tan alto.
Como le digo, mi especialidad es narrar hechos cronológicos y así puedo comenzar contándole que llegué cuando Ernestito salía de su niñez. Compartí una pila de libros que había en su mesa de estudio. Si uno carga con el pomposo nombre de “Historia Universal de la Humanidad”, es lógico que haya nacido obeso, con la consecuencia de acabar siempre debajo del resto en esa pila. Pero no me molestaba: fui el preferido del joven y muchas veces descansé junto a su cama.
La presunción de mi comentario no debe apartarme del cometido, aunque puedo agregarle que solo yo quedo de aquellos primitivos libros de estudio.
Después Ernesto comenzó la universidad y sus padres le regalaron este hermoso mueble de roble donde vivimos.

Poco a poco se fue poblando con algunos que ya son viejos amigos, como ese sabelotodo que es el diccionario y la engreída enciclopedia Salvat. Al principio nos observó altanera, con sus dibujos y fotografías a todo color, pero la pusimos en su lugar con la llegada de los especialistas.
Así los llamamos porque los agregó Ernesto mientras cursaba su carrera. Ellos le sacaron ventaja a cualquiera en temas como “el sistema nervioso central” o “válvulas y ventrículos del corazón”.
Fue en esa época que nació en Ernesto el amor por la lectura y se incorporaron a los estantes, el célebre Don Quijote, Hamlet, Los Miserables. También con ese fin llegaron otros que ostentaron el título de “best sellers”, unos soberbios que solo entre ellos se comunicaban. Cuando ganamos confianza, uno me confesó que Ernesto ni siquiera terminó de leerlo.
No me detendré en relatar pormenores familiares. Le puedo decir que con el paso del tiempo, dejamos de ver por la casa a los padres de Ernesto. Luego apareció su esposa y después nacieron sus dos hijos.
Los niños insuflaron aire fresco a la biblioteca gracias a la juventud de Tom Sawyer, Alicia, los enanos de Blancanieves que asomaban por cualquier lado y ese cascarrabias del Pato Donald.
Fueron años de felicidad, nos leyeron sin descanso y nos sentíamos imprescindibles.
Una noche de invierno entró gente desconocida. Con modales violentos revolvieron la casa, ante la mirada acongojada de Ernesto y su familia. Uno de esos extraños comenzó a examinarnos. Leyó nuestros nombres y nos sacó para hojearnos. Cada tanto arrojaba al piso con desprecio al que tenía en sus manos. Allí terminaron amigos como la tía Julia y el escribidor y también el elefante, de la Bornemann, que estaba orgulloso porque tenía una hermosa dedicatoria de su autora para los hijos de Ernesto.
En los estantes, Hansel y Gretel lloraban sin consuelo, abrazados a Pinocho. Algunos, muertos de miedo, miraron para otro lado como si ignoraran lo que ocurría.
Al final de tanto salvajismo, se llevaron a Ernesto y a treinta de nuestros amigos.
Pocos días después, partieron su esposa y sus hijos.
La casa permaneció deshabitada mucho, mucho tiempo. Largos años en que nos cubrió el polvo y la humedad enfermó a varios. Habría sido insoportable si no hubiésemos tenido tanto conocimiento para compartir.
Una mañana se abrió la puerta y la claridad nos encegueció cuando entró Ernesto. ¿Es necesario explicar lo que sentimos al verlo? Regresó solo, con su cabello negro salpicado de canas. No era el mismo. Taciturno, se ausentaba durante el día y luego pasaba las noches en soledad, leyéndonos en su sillón preferido.
Envejecimos en mutua compañía. A veces arribaba alguien nuevo a la biblioteca. Con sus tapas plastificadas y su blancura pasaba una mirada socarrona sobre el resto. ¡Ya lo quiero ver dentro de cincuenta años si logra sostener la entereza de muchos de nosotros!
La otra noche vimos cuando Ernesto habló por teléfono y luego cayó al suelo. Comprendimos que algo estaba mal, porque lo trasladaron en una camilla.
Pasaron días en los que entró y salió gente. Después apareció usted. Pasó al frente nuestro sin mirarnos. Recorrió la casa; se llevó algunos muebles… En este momento lo observamos mientras lee en su notebook, sentado en el sillón de Ernesto y decidimos comunicarnos.
No sé cómo sonará mi voz en su mente. ¿Se escuchará igual a su propia voz? Tal vez habría sido mejor que le hable desde mis páginas Cleopatra, esa eterna seductora, o tocaría más profundo el sonido cristalino de nuestro Principito…
En realidad no interesa quién hable, lo esencial es la historia, nuestra historia. Ahora la conoce. Está al tanto de cuánto dimos y de lo que somos capaces aún de enseñar. Suponemos que Ernesto no regresará. Entonces solo queda usted a quien preguntarle: ¿Qué pasará con nosotros?

FIN


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2 comentarios:

  1. Me gusta este Blog Segio.
    Si te pones como sefuidor en eltuyo te voy a encontrar más rápido y vos a mi ( si te intereas)

    pd. No encuentro la forma de ponerme yo como un seguidor tuyo.

    Un agrazo y tengo aquí mucho para leer y aprender.
    Gracias

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  2. ¡Hola Fernando!
    Gracias por tu comentario.
    No tenía habilitado el widget de seguidores hasta no darle tiempo al blog para madurar... pero creo que ya es tiempo así que lo incluyo en mi sidebar :)
    Ahí me paso por el tuyo y me anoto.
    ¡Un saludo y nos leemos!

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