sábado, 2 de abril de 2016

ESCORIA





-"Una legua es una legua. La cruza de un tiro con un caballo o se pierde medio día yendo por el arroyo. La distancia es la misma" -me responde el viejo Evaristo, cuando le pregunto si no se le hace larga la vida en el campo.
Nos sentamos en el patio, calentándonos con el sol mañanero. Los perros y las gallinas vueltean por si ligan unas migas de pan casero. Del rancho sale la hermana. Pura fibra y arrugas, chueca y rengueando viene. Trae la pava para otra ronda de amargos y se vuelve sin hablar. Tan cerrada y ausente que ni el nombre le conozco.
Señalo a lo lejos, hacia el dique que hizo el gobierno y comento que hace rato que está terminado y a medio llenar.
-Se gastó una millonada y será un gran impulso para la región. Van a venir turistas y habrá riego para terminar con las secas del invierno. ¡Es el futuro para todos, Don Evaristo!
Le recuerdo que sus tierras son las únicas que faltan expropiar y que es por eso que no se cierran del todo las compuertas para inundar la zona.
-Don Evaristo, el Gobernador en persona me lo dijo: "Ofrézcale el doble que a los demás". Mire el interés y el aprecio que le tiene.
El viejo demora en hablar, como mezclando las palabras con el amargo. -No creo que me tenga mucho aprecio -dice- porque no se apareció jamás por acá. Y usted tampoco, Intendente.
Me levanto y respiro el aire frío que baja de los cerros. Se ve lindo el valle, a pesar del invierno que amarillea el paisaje.
-Don Evaristo, usted y su hermana ya están bastante grandes... ¿no sería mejor vivir en el pueblo? Ahí tiene todo cerca, el centro de salud, hay calefacción...
-El pueblo nunca me dio nada. Me las arreglé con lo que tengo, así que no me importa el progreso y el futuro de los de allá. Yo soy nacido y criado en este rancho y acá voy a estirar las patas.
Encogido por la vejez, igual me saca unos centímetros cuando se para. -Acompáñeme -dice y encara hacia una tranquera. Lo sigo entre plantas de hinojo y de romero. Unos loros nos vigilan desde la punta de un álamo: un poco de verde entre tanta hoja seca. Nos detenemos al borde del arroyo.
-¿Ve esa montañita de piedras y yuyos? -señala el viejo- Ahí está mi difunta esposa hace más de cuarenta años. No era de acá. Vino de Buenos Aires por una enfermedad y se quedó. Al lado de ella voy a estar yo cuando me toque... No me venga más con cuentos, Intendente. Dígale al Gobernador que de acá no me muevo por más plata que me quiera dar.
Lo saludo lento. Parece que las cuatro vacas que le matamos la otra noche no lo convencieron de que venda y se vaya. Subo al auto y llamo por teléfono:- Marito, esta noche con los muchachos le prenden fuego al rancho del Evaristo. Y si está durmiendo le pegan un grito al él y a la hermana. No me acuerdo como se llama la vieja.

Cómo iba a imaginar que los viejos porfiados se quedarían adentro.


-Intendente, lo busca un tal Doctor Méndez. Tiene pinta de porteño -anuncia mi secretaria.
-Hacelo pasar, Teresa.
El tipo es alto, como de cuarenta y pico, y trae un maletín en la mano. Lo invito a sentarse y no acepta el café que le ofrezco.
-Me llamo Jesús Méndez. Hace un par de días que estoy en el pueblo. Vengo de Buenos Aires. Soy hijo de Evaristo Lucero.
"Este no vendrá a crear problemas", pienso.
-No sabíamos que Don Evaristo tenía un hijo...
-Sí. -dice Méndez- Nací en el rancho, ahí en el valle. Cuando tenía siete años murió mi madre. Vinieron mis abuelos y me llevaron a la Capital.
-¿Y qué lo trajo ahora?
-Allá crecí en otro mundo. Nunca se habló de mis padres. Con el tiempo perdí los recuerdos y el olor del campo. Hace poco, revolviendo fotos viejas encontré una del rancho y me puse a buscar información por internet. Descubrí que había un dique nuevo... Y me vine a recuperar mi infancia. Acá me contaron del incendio del mes pasado.
-Lamento lo de su padre y su tía. ¡Yo los visitaba seguido! Él le había vendido las tierras al gobierno, por lo del dique. Me dijo que tenía en vista comprar una casa en el pueblo. Una desgracia... Pensamos que se les dio vuelta el brasero mientras dormían. ¿Y en qué lo puedo ayudar?
Méndez se inclina un poco hacia adelante.
-Me hubiera gustado ver el lugar donde nací… pero ahora está todo bajo agua. Usted ya ayudó mucho, Intendente. Hablé con personas del pueblo y me comentaron que el Municipio se hizo cargo del entierro y de todos los trámites. Vine a agradecerle por su gesto, ya me vuelvo para la Capital.
-Doctor Méndez, ¡es lo menos que podía hacer como Intendente y vecino de esta localidad! Su padre era hombre de bien. Lamento no haber sabido que tenía un hijo. Nos habríamos comunicado de forma urgente. Disculpe, pero siempre me olvido... ¿cuál era el nombre de su tía?
-Alcira.
Acompaño a Méndez hasta la puerta y me vuelvo al despacho. -¡Teresa, alcanzame el mate!
"Alcira se llamaba la vieja".

© Sergio Cossa 2016