Lo primero y necesario es presentarme, para que su imaginación no comience a volar en el intento de descubrir quién le habla. Soy un libro y llevo sesenta años en esta biblioteca. Uno de los más viejos por acá.
Finalizado el debate entre los que compartimos este mueble, me eligieron como interlocutor en consideración de mi edad y de mi género: hablo de historia. Y entre todos queremos contarle la nuestra.
Es mi deber ubicarlo en el espacio: somos unos doscientos en la pared de la casa de Ernesto. Hay varios estantes y yo los miro desde arriba, aunque no siempre estuve tan alto.
Como le digo, mi especialidad es narrar hechos cronológicos y así puedo comenzar contándole que llegué cuando Ernestito salía de su niñez. Compartí una pila de libros que había en su mesa de estudio. Si uno carga con el pomposo nombre de “Historia Universal de la Humanidad”, es lógico que haya nacido obeso, con la consecuencia de acabar siempre debajo del resto en esa pila. Pero no me molestaba: fui el preferido del joven y muchas veces descansé junto a su cama.
La presunción de mi comentario no debe apartarme del cometido, aunque puedo agregarle que solo yo quedo de aquellos primitivos libros de estudio.
Después Ernesto comenzó la universidad y sus padres le regalaron este hermoso mueble de roble donde vivimos.